Esta serie de fotografías nace a partir de reflexiones sobre la visión, nuestra relación con las imágenes y el vínculo entre la fotografía y el tiempo.

Una de las formas primarias del ser humano de acceder y comprender el mundo es la visual. Nuestro mundo material y táctil está plagado de imágenes. Todos los días las imágenes que percibimos son diferentes, y aun cuando permanecemos en el mismo espacio no vemos las cosas de la misma manera.

La técnica, primero con la invención de la fotografía que garantizó la reproducción mecánica de la imagen y luego el cine y la televisión, transformaron y multiplicaron la forma de producción y circulación de las imágenes. La revolución digital y la virtualidad potenciaron aún más este fenómeno y consolidaron la experiencia de un mundo sobresaturado de imágenes descartables. A su vez, la digitalización desmaterialíza el mundo, lo reduce a información y píxeles que observamos a través de una pantalla.

La pantalla propone otro tipo de imagen: incorpórea, espectral y superflua cuyo espesor es casi translúcido, fantasmagórico, una imagen que parece estar siempre a punto de esfumarse.
La fotografía y el tiempo están inexorablemente ligados. La fotografía permite acceder al instante, ese momento suspendido en el tiempo al cual no tendríamos acceso en nuestra percepción temporal. El presente es siempre un pasado inmediato, solo la fotografía puede capturarlo. El acto de fotografiar es un intento de suspender y trascender el paso del tiempo.

La serie Éter reflexiona sobre la visión partiendo desde la noción de transparencia velada, donde cada obra de arte, incluso la más realista, ofrece al espectador un acceso a la realidad a través de una zona velada.

La serie propone una forma alternativa de ver, donde dos o más imágenes – destellos de la vida cotidiana que corresponden a dos instancias temporales distintas – se funden y colisionan en una única imagen. La superposición de transparencias condensa el tiempo y el espacio; aumenta el espesor visual de la doble imagen que genera, pero mantiene, sin embargo, su condición etérea, vaporosa y onírica. Hay, a su vez, una tensión que se juega entre las dos imágenes, una pulseada visual. Una imagen obstruye parte de la otra, la vela y a la vez la transforma. A partir de esa fusión nace una nueva imagen cargada de sentido metafórico y simbólico. Las imágenes sobreviven, mientras el mundo no deja de cambiar.

+ VOLVER